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CUENTO

Kuarahy reike paha (Despidiendo el Sol). Por Luis Federico Solé Masés

12 de diciembre de 2024

Los Ojos tiesos y sin luz parecían mirar muy alto al cielo, su lengua de un morado fuerte, era la continuación de un hilo de sangre que bajaba desde la frente. Lo moví con el pie –no sentí asco, solo lástima- y su panza hinchada, funcionó como las patas de una mecedora, retornando el cadáver a su sitio de muerte…
Hubo alguien feliz en su Juventud: fui Yo. Las cosas ocurrían en una situación de controlada felicidad.
Si bien Trabajo, Deporte y la Política tironeaban para apropiarse de hasta mi última hora disponible del día, era a la noche cuando se propiciaba un ritual sin templo ni estructura fija: compartir con los amigos.Cualquier excusa, o cualquier momento era bueno. Bastaba con un aviso y comenzábamos a converger al lugar de la cita, donde casi siempre nos recibía un fuego intenso, esperando ser desparramado para posar la parrilla. Conservadoras, botellas, cartas de truco, alguna mujer con un libro de algún escritor “Progre”, sesentoso y enredado, puchos, sacacorchos y cuanta utilería alegórica, se mezclaban en la mesa, conformando un relicario profrano.
Nuestro grupo de amigos era notablemente diverso: Médicos, políticos desocupados, maestros , contadores, contadores de cuentos, algún empresario sin empresa, empleados administrativos, pero mecánicos también. Una exrectora, herederos en goce de la herencia y otros rubros incomprensibles. Las edades eran una muestra de tanta diversidad: entre 60 y 20 años. Abuelos, padres e hijos. Era el verdadero trasvasamiento generacional en acción.
Pero, en realidad el factor aglutinante era Nuestra pertenencia Peronista: eso Nos posicionaba en una especie de eternautas, esperando que regrese alguien que no llegaría e intentando volver a un momento que nunca existió.
Hugo era uno de los Lideres del Grupete. Simplemente porque lo era. Siempre se sentaba en la cabecera de la mesa y si por alguna razón no llegaba, ese lugar rara vez se ocupaba. Su forma de ser casi distraída, alternaba con momentos de un humor cuasi negro, y con razonamientos políticos que terminaban siendo la palabra final. Por algún raro motivo; tal vez por ser un médico de terapia intensiva y su cercanía a la muerte, se había ganado esa mencionada consideración.
Otro de los personajes sobresalientes era Aurelio. Un entusiasta promotor de la vida en la Naturaleza y el Conservacionismo, cuestión que en esa época, y en Misiones parecía de vanguardia: bastaba con salir a 10 Km. de Posadas para mezclarnos con el monte y sus habitantes. Aurelio siempre fue vanguardia.
Un Jueves mientras charlábamos en los quinchos del viejo Pyra Pyta, a Aurelio se le ocurrió cambiar de aire: Iríamos el Viernes a la noche al Campamento Yabebyry, cercano a San Ignacio, donde con toda la barra se cocinaría un gran asado, para luego de pernoctar, salir a fuerza de remos sobre las Piraguas, en un Giro de dos días, hacia Posadas, distante a unos 80 Kms. Aguas abajo.
– Tenemos que recorrer las Ruinas del Ingenio azucarero de Rudecindo Roca y ser testigos de los restos de una Historia infame-…dijo Aurelio en tono grave.
Hasta allí yo no sabía quién era el tal Rudecindo, pero si Aurelio lo decía, la Historia seria Infame.
– ¿Vamos a llevar las Armas?- inquirió López, otro personaje del grupo. Las cabezas asintieron y comenzó el proceso organizativo, que consistía en avisar a todos los compañeros, que ya sabrían que cosa llevar al describírseles la expedición. Solamente seriamos de la partida acuática seis, ya que 3 piraguas podríamos llevar: Hugo, Aurelio, López, Yo y dos estrellas más: Luisito y Lucho. El equipo total que cenaría el Viernes en el Campamento Yabebyry**, serian de más de 20 personas.
– Pero… yo nunca remé- dijo avergonzado Luisito
– Quédate tranquilo que es aguas abajo, y yo te llevaré a mi piragua -tranquilizo López a Luisito.
Luisito era un tipo sensacional: gran jugador de fútbol, un asco como cantante, fervoroso militante político y gran compinche. Llevarlo a él sería como asegurar la buena onda y la diversión. Era justificada su preocupación inicial: su físico distaba de ser el de un remero de largas distancias y más bien era el de un luchador de la troupe de Martín Karadagian. Además portaba gruesos anteojos, que serían una molestia adicional bajo el fuerte sol. Luisito era bastante limitado de vista, tal vez producto de su Profesión, que lo obligaba a observar los pequeños elementos electrónicos, de los aparatos que reparaba magistralmente.
– ya cada uno sabe qué llevar, recuerden que además del viernes de noche, habrá que llevar víveres para dos días más- recordó Lucho, y a renglón seguido distribuyo tareas y responsabilidades.
¡Qué fin de semana que pasaríamos!
Como era de esperar el viernes comenzaron a converger los Compañeros, que aprovechando el hermoso lugar, se vio aumentado con otros amigos. Al poco tiempo ya la parrilla quedaba chica y comenzamos a empalar la carne en varillas que obtuvimos de una cercana guayaba que nos “cedió” sus proverbiales ramas.
El Yabebyry es un lugar fantástico y esa noche estrellada lo hacía más mágico aún. Una luna brillante dejaba apreciar desde la punta del peñón, el lomo dorado y meandrozo del Río de las Rayas. La brisa de final de primavera Misionera invitaba a soñar. Siempre alguna compañera cariñosa se acercaba a uno y la noche impedía negarse a nada…o era al revés, ya no recuerdo.
Esa noche brutal a nada me negué: el “peludo” con que terminamos todos los expedicionarios a eso de las 5 de la mañana, era pantagruélico…nunca supe cuando dormí, el sol me calentaba demasiado, el cuerpo. Simplemente eran las 11 de la mañana y el árbol de cocú que me cobijaba, no seguía el camino del sol y me estaba achicharrando dormido.
Poco a poco y penosamente fuimos bajando las piraguas y demás bártulos hacia el arroyo, mientras el febo prometía recordarnos nuestras inconductas de la noche. El silencioso sexteto completó sus preparativos, cual monjes en un sepelio.
-¿qué hora es López?- preguntó Aurelio con la garganta tersa y astringida
-Son las 3 de la tarde- respondió.
Miré a López y se me cruzó en la mente la imagen de un pingüino empetrolado. A esa velocidad se movía.
-Bueno…vamos despacio, así hacemos noche en la boca del San Juan. Fíjense que no falte nada, sobre todo agua -ordenó Hugo, y el terceto comenzó a deslizarse pesadamente sobre las aguas muertas del Río de las Rayas.
Un par de sapukay rebeldes retumbaron entre las paredes del peñón, chocando de pared en pared, eternamente, hasta diluirse.
Luego de más de dos horas de palear llegamos a la desembocadura del arroyo, por donde Antonio Ruiz de Montoya entro con los Aborígenes del éxodo del Guayrá, hacía ya 350 años.
Inexorablemente nos desperdigamos: primero llegamos con Hugo, bastante atrás Aurelio y Lucho. Sin señales de vida, esperamos sentados en la barranca a López con Luisito. Sacamos las cañas y tentamos a los bagres a picar. Pasó casi media hora.
-¿No habrán naufragado?- Se preguntó Aurelio en voz alta
-¡Vamos a buscarlos!- Exclamo Lucho
Hugo se mantuvo atento a un imperceptible toque, que a la postre sería el pique de un mandi`i de 15 gramos.
-Wuppp Huiiiijaaaaaaaaaa jajajajajajaaaaaaa- se escucho a la distancia.
Llegaba el último bote del pelotón.
Apenas la Piragua tocó la costa, Luisito se bajó en cuatro patas y se extendió sobre el pasto, en gesto de “hasta aquí llegue”. Nosotros que lo esperábamos ya un poco ansiosos, porque el tiempo estaba más que justo antes de que oscurezca, ni siquiera le dimos opción al destruido raidista.
-¿queres cambiar de pareja?- le preguntó Lucho a López, que había remado prácticamente solo.
-Estaria bueno …un rato- agradeció Lopez.
-dale vos- me dijo Aurelio.
En pocos segundos me di cuenta de la situación: pase de sentirme como un gondolieri en los canales venecianos, cuando venía con Hugo, a un remero esclavo dentro de un Galeón Romano, mientras paseaba a Luisito por el río. El bueno de Luisito estaba totalmente destruido y con ampollas sangrantes bajo los pulgares de cada mano.
-tranquilo Luisito ya llegamos- le dije cuando intento ayudar a palear. Era mejor que esa ampolla no empeore, ya que podría arruinarnos la jornada si necesitara atención médica.
Tomé el canal del Paraná y puse proa a la boca de Arroyo San Juan, eran poco menos de 25 Kms… la verdad es que no me aburrí, mi copiloto me charló simpáticamente durante 90 minutos de travesía. El tiempo voló como los kilómetros y allí nomás estaba la boca del arroyo: la zona de las famosas ruinas, que dijo Aurelio.
Caía el sol en un tono rojizo sobre el Río, cuando un banco de arena inusualmente blanca y fina Nos recibió a las tres piraguas.
Un sonido potente, reiterativo y quejoso dominaba todo el escenario, en ambas orillas: el rebuzno de un burro, con su cara al sol, se escuchaba atronador y molesto. Incluso pescadores Paraguayos, en la orilla opuesta a más de 600 metros, le replicaban guturales y guaraníticos sonidos.
No me quedaba en claro si intentaban acallarlo o simplemente dialogaban, como si fuera posible entablar comunicación entre Hombre y bestia.
El Burro era un animal viejo y feo, su lomo más oscuro y cribado por las uras y tábanos, finalizada en cuatro patas de pelaje claro percudido. Nos miró impávido y después que recibir unos piedrazos, salió al galope argel tierra adentro, exclamando sus últimos quejidos. Entró raudo en un cerrado trillo, del cual apareció un anciano que lo recibió con un susurro, mientras se devolvía por el trillo ignorándonos.
– ndere momaiteiri kuarahy ohokuévo Vúrro tujá?***- le susurró el Hombre. No entendí ese Guaraní aindiado. De todas formas, la frase no entregaba ningún sentido para nosotros.
Levantamos los bártulos de las piraguas y comenzamos a encender una fogata, con una madera excelente que despojamos de un árbol caído, cuyo tronco principal sirvió de asiento y su ramaje fue el combustible del Fogón.
Rápidamente Hugo armó una “cruceta” con varillas verdes de un gigantesco Ingá, y puso cerca de la flama la manta de costillar que lleváramos. El inconfundible sonido del corcho de la damajuana dio por inaugurada la velada y solo quedaba disfrutar otra jornada en un lugar que el mismo Edén no superaría.
Ya relajado el grupo, e hipnotizados por el crepitar del fuego, que cada tanto reaccionaba a alguna gotita de grasa que se desprendía del grueso costillar, comenzó el momento del diálogo y el debate. Para nosotros eran habituales las discusiones, muchas veces las posturas eran momentáneamente irreconciliables, lo que generaba las risotadas de los observadores que pedían cancha para aportar sus pareceres. Ya se imaginaran que la discusión arrancaba como una disertación en la Sorbona y a medida que el nivel de la Damajuana decrecía abruptamente, todo se tornaba mas parecido a la Torre de babel, o al dialogo entre el Burro y los Pescadores Paraguayos.
Éramos apasionados.
-Cómo es el tema del Ingenio -le pregunté a Aurelio
-La cuestión es así- entonó con voz autorizada – la historia se remonta a 1881 cuando el Presidente Roca designa a su hermano Rudecindo, como Primer Gobernador del recién creado territorio Nacional de Misiones. Este personaje de turbios antecedentes lo primero que hizo fue desarrollar una plantación de caña dulce en esta zona para construir luego un ingenio azucarero. El azúcar tenía un precio Internacional altísimo, las Tierras eran gratis, el Río seria la ruta que llevaría la carga a Buenos Aires y el negocio seria excepcional.
-¡Primer pedacito!- dijo Hugo interrumpiendo, mientras fileteaba la parte mas dorada del brutal costillar. Recortó un bocado para cada uno, pero al llegar a cortar para Luisito, le dijo con voz grave
-esta crudo, esperemos-
Mientras el Vino Blanco en damajuana circulaba, continuó el narrador –El inescrupuloso de Rudecindo Roca se encontró que en la zona no conseguía la mano de Obra necesaria y recurrió pronto a su hermano, el Presidente Julio Argentino Roca, que encontró la peor de las soluciones-
-¿Qué paso? Dijo López
-El presidente le mando una partida de quinientos Indios Ranqueles, que había esclavizado en la campaña al Desierto, finalizada solo un año antes. Fue así que esos orgullosos y altivos americanos vinieran navegando hasta Yapeyú, y desde allí caminando hasta este lugar, más de 300 kilómetros entre la selva y pantanos.-
-¡uuuuuuuuuuuh…que salvajismo!- exclamo Lucho
-pero eso es sólo parte. Dado los permanentes intentos de huir se mantenían los Ranqueles siempre encadenados a los tobillos y a la noche dormían con yugos a sus espaldas y en posición de sentados. Por supuesto al amanecer, con latigazos y demás vejámenes, comenzaban a desmontar, quemar y plantar. Sufrían lo indecible. Los insectos los martirizaban y no sabían como mitigar el calor. La mitad, es decir 250 murieron el primer mes, y sus huesos deben estar por acá enterrados, lejos de la Patagonia, lejos de la Araucanía. Muertos sufriendo lo indecible…
-Se va la segunda- dijo Hugo, interrumpiendo por segunda ocasión. Rápidamente abandonamos el relato atrapante y estiramos la mano rodilla en tierra. Nuevamente Hugo cortó un pedacillo a cada uno, pero al llegar a Luisito, exclamó –epa… otra vez crudo- y retornó la manta del costillar hacia las crepitantes llamas.
-¿pero cómo terminó la historia?- le pregunté a Aurelio, mientras masticaba el elástico trozo de carne
-Terminó como era de esperar. Un día los custodios se descuidaron y los ranqueles los pasaron a degüello. Después de deliberar eligieron cruzar a la otra orilla e intentar escapar: hacia cualquier lugar era lo mismo para ellos, eligieron el Sur, sabían que su Tierra estaba hacia allá.
-¿Y pudieron escapar?. ¡Estaban a miles de Kilómetros de su Territorio! – Me pregunté y contesté solo al mismo tiempo.
-Todo salió mal-. Me cortó Aurelio. -Una partida los persiguió y los cazó uno a uno, a la semana, como si fueran alimañas. Ni siquiera pólvora gastaron en sus mortificados cuerpos. Sus osamentas quedaron regadas por la orilla Paraguaya, colmadas de puntazos y golpes-.
-¡que bestias!- me salió del alma
-Ni las bestias son tan crueles- sentenció Aurelio -éste es el signo trágico de esta Tierra explotada. Los Roca fueron el preludio del saqueo de nuestro Monte y la esclavización del pobrerío, que transformados en mensúes servían para enriquecer a sus amos, sin darse cuenta que con cada árbol caído ellos eran mas prescindibles e ineptos para el futuro que vendría-
-¡Se viene la tercera antes que saque todo!- advirtió Hugo. Con maestría de cirujano, que lo era, sacó finas lonjas doradas de carne. El más alejado al costillar, nuevamente, era Luisito.
-Ni se te ocurra decir que esta crudo…me lo das así!- Gritó el robusto contertulio, y de un brinco estaba sobre el costillar.
Las risas se soltaron al unísono
-Pensé que no tenías hambre …como remaste tan poco!!!- ironizó Hugo mientras el amigo mascaba la carne.
-jajajajaja- las risas siguieron.
La noche se hizo larga con el final de siempre: cenamos largamente y de postre surgieron unas latas de durazno. Así como hábiles deportistas éramos grandes comilones. Anécdotas. Políticas. Fracasos y éxitos. Chistes. En fin, nada faltó esa noche en la charla en derredor del fogón, que de a poco se iba calmando en luminosidad.
Agotados por horas de palear y palear, solamente bastó acurrucarnos cerca de las cenizas para dormir bajo el cielo de Diciembre, iluminado por una descomunal luna nueva, que causaba un efecto de luz raro sobre la cúpula de la Selva.
A la mañana me levanté con el estampido de las armas, que astillaban un poste seco, a manera de blanco improvisado. Eran Hugo y López probando sus armas. El sonido se multiplicaba y amplificaba en los cañadones que nos cercaban. Hugo tenía un revolver calibre 22 de 11 balas: era más útil para hacer ruido cuando jugaba la selección o en año nuevo, que para intentar pegarle a algo. Arma ordinaria.
En cambio López poseía un rifle automático con mira óptica, que si bien de calibre pequeño y caño corto, era sumamente preciso hasta los 100 metros.
Uno a uno fuimos probando suerte, con un nuevo y más difícil blanco: una lata de duraznos metida de punta en la arena. Al rato y despabilado por la balacera baja la barranquita Luisito, limpiando sus gruesos anteojos.
-¡Veni Luisito a tirar!-le grito López
Gustoso se plantó frente al pequeño blanco y comenzó a atinar el revolver con un tembloroso pulso, que sumado a su corta vista, presagiaban una “papa” gigantesca.
Sonó el disparo de la Saurus 22 y fue un centro perfecto…
-eeeepaaaaaaaa…y eso?. El único que pegaste fuiste vos Luisito!!!- Exclamó el grupo
Otro estampido. Otro centro. El sonido rebotaba entre los cañadones y cuando se disipaba había otro agujero en la lata.Tercer tiro. Centro. Cuarto tiro. Centro.Ya los rostros habían mudado. Se veía el respeto hacia el tirador avezado, que nadie sabia ni sospechaba que había en Nuestro Compañero.
A mi algo no me cerraba, observé un movimiento en la arena, casi tres metros arriba del blanco. ¿Cómo podría rebotar el plomo hacia allá?
Las miradas de los otros se concentraban fijamente en la pequeña lata de 10 centímetros de diámetro, que inexorablemente se convulsionaba con un nuevo agujero después de la resonante estampida.
Fue allí que lo advertí.
Algo de armas yo sabía después de 18 meses de colimba, de la que acaba de salir. Era imposible la puntería de Luisito. ¡Era más que un tirador Olímpico!
Hete aquí que al girar la vista… ¡¡¡vi como salía humo de la carabina de López!!!…que estaba parado a cinco metros atrás del pistolero genial. Como la explosión era fuerte y había eco, sobre el disparo de Luisito, López apuntaba con la mira y hacia un centro perfecto.
Nadie se daba cuenta y la coordinación era casi perfecta. Los disparos eran simultáneos, solo diferenciados por una décima.
-sssshhhhh- Me hizo López, llevándose un dedo a los labios
Sabía que debía callar. Finalizada la exhibición de tiro y sin que los otros sospecharan de la bribonada (incluido Luisito), comenzaron los comentarios de rigor.
-¿y Vos donde tirabas?- Preguntó curioso Lucho.
-Uh!!!…yo tiré mucho! .,..el Tiro Federal de Rosario -Dijo suficiente Luisito.
Con la moral abatida ante la superioridad del tirador Rosarino, y luego de agotar las 100 balas que llevamos, el grupo se dispuso a retornar al fogón que estaba solo a unos metros barranca arriba.
Fue allí que lo encontramos…
Lentamente y mientras discutíamos el regreso a Posadas, que distaba cerca de 40 Kms., escalamos la barranquita de arena.
-que carajo es eso!!!- grito Hugo
-que cagada nos mandamos… ¿y ahora?- Reflexionó Aurelio.
Yo me acerqué lentamente y lo encontré con la lengua salida.
Obviamente se había acercado comer los duraznos que habían quedado en la lata abierta, cuando ocurrió el desastre.
-che…que hacemos?-fue la pregunta mientras no encontrábamos explicación a lo ocurrido.
Yo continúe observando el cadáver que parecía no tener ningún signo de violencia, excepto un diminuto agujerito entre los ojos.
El Burro feo y ruidoso olfateo el almibarado jugo de los duraznos y se vino a comerlos, cuando algún proyectil perdido lo impacto en el único lugar que podría hacerle daño ese calibre, en la frente.
Como Luisito había hecho solo centros perfectos, el quedaba excluido de las sospechas, inicialmente. El Burro llegó cuando Luisito se levantó. Nadie pensó que el último en llegar fue justamente él, y que desde ese momento solo él disparó. ¿Pero si las balas habían hecho centro?, no podían haber terminado en el Burro feo.
El esfuerzo de retirar el cadáver que posaba sobre platos y cubiertos, hizo que los Sherlock Holmes cesaran en sus deducciones.
-Cada uno de una pata… Luisito tira desde la cola!- ordenó Aurelio, mientras él se prendía de la cabeza del Burro.
Caminamos hasta la tapera de quien parecía ser el dueño, el viejo costero, pero solo el silencio nos recibió. Raramente, parecía deshabitada hace años, aunque ayer nomás vimos al hombre salir desde ahi. Lo buscamos más allá, pero el Yaborai rodeaba al rancho, el trillo solo daba al Paraná. Gritamos, pero nada. Juntamos apesadumbrados, Nuestras cosas y bajamos lentamente, remando rumbo a Posadas.
A la hora abruptamente el clima cambió y se presagiaba la lluvia con la llegada de un frente de nubes negras y amenazantes, desde el Sur. No sería prudente dilatar la bajada y que un tornado nos sorprenda desprotegidos navegando.
-hacemos costa en Candelaria- volvió a mandar Aurelio
Hacia allá fuimos en silencio.
Muchos años después contamos la verdad del sucedido.
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Cuando se hizo tarde, ese día, una procesión de canoas comenzaron a salir -de la nada, en ambas orillas. Los silenciosos remeros eran acompañados por el largo crujido de la fricción de los remos con la madera de Timbó de la borda.
Goteaba suavemente, pero sin interrupciones, y el viento era fresco y húmedo.
El mudo cortejo comenzó a cavar en la tierra grisácea, siempre sin emitir sonidos.
Depositaron el cuerpo en el foso y lo taparon. Miraron donde debía caer el sol, pero estaba cubierto por una cortina de lágrimas.
– Ní peteí Ka áru jojaha`yva**** musitó uno de los canoeros
Nunca más se volvió a ver al Viejo dueño del Burro.
Esa noche algunos paisanos temieron que el Sol nunca vuelva a aparecer. Nadie lo había saludado cuando se ocultaba. Un grupo de dañinos extraños llegó y mataron sin sentido, como cuando apareció ese tal Rudecindo, hermano de un tal presidente Roca.
El Burro nunca más despediría al Sol.
* Despidiendo el Sol
** Jugo, Agua de las Rayas
***Hoy no te dejaron despedir al sol, burro viejo?
****Los atardeceres no serían iguales.
Luis Federico Solé Masés – «Luis de Misiones» │ Misionero. Docente, Productor de cultura, Escritor, Investigador Social e impulsor del Deporte.

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