92 MIL MILLONES DE NUEVAS RAZONES PARA COMENZAR A BOTAR De hecho, puede afirmarse que el pueblo argentino, a la luz de su historia reciente, padece de una aguda y manifiesta tendencia suicida, de otro modo, no podría explicarse cómo llegó hasta aquí sin haber hecho nada para evitarlo… Por Oscar Martín
Por Oscar Martín
IMBÉCIL: Dícese de aquel argentino que tiene más entrenada la lengua que el cerebro.
A estas alturas, la imbecilidad del argentino promedio ha superado con creces los límites de lo increíble. Desde el sentido común, cualquiera puede tolerar-y disculpar- ciertos errores, sobre todo aquellos errores que se cometen por descuido o por ignorancia, y aunque esos errores hayan podido causar algún tipo de daño, se sobrentiende que no ha habido ni intención ni voluntad de causarlo.
Sin embargo, ciertos tipos de individuos-o de grupos, algunos numerosos como la mayoría de los argentinos- son capaces de persistir en sus errores, y lo que es aún peor, los cometen actuando con plena consciencia de sus actos, a sabiendas, libre y voluntariamente, como aquel suicida que trepa a lo más alto de una torre con una idea fija, premeditada: arrojarse desde ella. Y la comparación no es exagerada. De hecho, puede afirmarse que el pueblo argentino, a la luz de su propia historia reciente, padece de una aguda y manifiesta tendencia suicida, de otro modo, no podría explicarse cómo llegó hasta aquí sin haber hecho nada para evitarlo, incluso pudiendo hacerlo. Por tanto, ¿estamos frente a un pueblo que es víctima de su propia ignorancia, o podría decirse que ya se encuentra en los umbrales de la demencia patológica?
Lo antedicho, sirve como punto de partida para hablar acerca del criminal endeudamiento argentino, causa principal de la debacle del país, teniendo en cuenta que los últimos gobiernos solo se han dedicado a expandirla (con premeditación y alevosía, dicho sea de paso, aunque con la necesaria complicidad del propio pueblo). Y aunque tal deuda adquiera rasgos de criminalidad, dado que tiene como consecuencia inmediata la pauperización del pueblo, partiendo de la destrucción sistemática de su clase media, aún así, hoy por hoy, a nadie se le ocurre que es absolutamente necesario auditarla, dejando en claro qué porcentaje de la misma es espúrea (situación que de llevarse a cabo, pondría en aprietos a personajes como Domingo Felipe Cavallo o Mauricio Macri, el primero por estatizar deuda privada y el segundo por tomar uno de los préstamos más grandes de la historia, solo para dilapidarlo después), teniendo en cuenta la descomunal transferencia de recursos que implica el pago de los intereses de ésta, aclarando que se paga solo una parte de los mismos, ya que pagarlos todos resulta imposible.
Se sabe que hasta diciembre de 2023, el monto de la deuda ascendía a 370 mil millones de dólares, pero al llegar al 31 de octubre de 2024, dicho monto trepó a 462 mil millones de dólares, al que debe agregarse cupones que suman otros 12 mil millones de dólares, lo que totaliza la friolera de 475 mil millones de dólares, con lo cual ya estaríamos hablando de un monto de deuda que se acerca peligrosamente a un PBI argentino completo (en términos sencillos, el PBI hace referencia a la riqueza que genera un país a lo largo de un año).
También se sabe que el gobierno de Javier Milei, en 11 meses de «gestión», fue el responsable de endeudar a la Argentina en 92 mil millones de dólares, según datos aportados por el investigador Alejandro Olmos, sobre todo a partir de las medidas tomadas por Luis Caputo al frente del equipo económico, en un país cuya presidencia es ejercida por un supuesto economista, que incluso llegó a proclamarse, en el colmo de su delirio, como ganador de un futuro Nobel de Economía, todo frente a las narices del pueblo que, una vez más, nada hizo para salvarse.
En el mientras tanto, ese mismo pueblo argentino, fiel a su tendencia suicida-o a su desquicio absoluto-, mira para otro lado, pensando ya en el próximo año «electoral», sin tener en cuenta que desde hace tan solo 11 meses tiene 92 mil millones de razones para no votar, la misma cantidad de razones que debería tener para comenzar a botarlos a todos, antes de que el barco termine yéndose a pique.