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LOCALES

COBARDÍA, TIBIEZA, RESIGNACIÓN

5 de octubre de 2024

«A los tibios los vomitaré de mi boca»

Apocalipsis 3:16

 

La resignación es un estado psicológico en el que una persona decide renunciar a todo intento de cambiar las cosas, conformándose con las circunstancias, con los hechos que ocurren, aunque eso que ocurre termine afectándole de manera negativa, causándole un daño, incluso relativamente grave. Tal actitud implica una reacción pasiva ante las circunstancias que afectan su vida, y quienes estudian los complejos mecanismos de la mente humana, suelen afirmar que dicha pasividad surge como consecuencia de un agotamiento psicológico, o en el peor de los casos, por un marcado pesimismo.

La resignación conlleva inacción, como si se tratara de una poderosa fuerza paralizante que obliga a mentener una actitud de sometimiento ante las circunstancias, bajando los brazos, rindiéndose. No se trata de ofrecer una resistencia desgastante e inútil frente a ciertas circunstancias, contra las cuales muchas veces nada puede hacerse. La muerte, dada su naturaleza inevitable, es una de ellas. Sin embargo, otras muchas circunstancias sí pueden ser cambiadas, partiendo de la voluntad, del deseo de cambiarlas y de la posterior acción destinada a ese fin. Por ejemplo, la rebeldía que debería brotar con ímpetu en aquellos pueblos que han sido estafados, mentidos y robados durante décadas.

Los argentinos, dentro de su extensa lista de costumbres, hábitos y modismos, suelen utilizar expresiones que en la práctica, al ser verbalizadas, transmiten una profunda actitud de resignación y sometimiento. En principio, citaré dos de ellas, tal vez las más reconocidas: «es lo que hay», y «qué le vas a hacer». Si bien ya se sabe que las palabras poseen cierto poder, muchos aún creen que solo expresan sonidos que acaban desvaneciéndose en el aire, persiguiendo un fin pura y exclusivamente comunicacional, regido por la inmediatez. Expresiones como «no puedo hacer nada y siempre ocurrirá lo mismo», dejan en claro que la mayoría de los argentinos asume, casi invariablemente, una postura de inmovilismo que en nada contribuye a romper o desintegrar el sofocante y dañino status qúo que continúa imperando para beneficio exclusivo (y excluyente) de quienes lo usufructúan (políticos, gobernantes, funcionarios).

¿Acaso sería necesario traer de nuevo a la vida a personajes de la talla de Sigmund Freud o Carl Gustav Jung, confiando en que ellos pudiesen analizar, descifrar y tal vez comprender la patológica resignación de los argentinos, esa peligrosa comodidad que nos conduce velozmente hacia el fondo del abismo?

La «pandemia» del covid, que en Argentina dio inicio en marzo de 2020 con un encierro masivo que se extendió por varios meses, mediante Decretos de Necesidad y Urgencia viciados de inconstitucionalidad, del por entonces presidente Alberto Fernández, junto con su decisión de convertir a los argentinos en ratas de laboratorio de un experimento genético, fue (y sigue siendo) uno de los casos más patéticos de sometimiento masivo, con el triste agravante de que se trató, efectivamente, de un experimento social, con resultados hoy a la vista: 8 de cada 10 argentinos aceptaron sin chistar, primero el encierro y el uso de bozales, y finalmente, introducir en sus cuerpos una sustancia experimental desconocida, la cual, dicho sea de paso, ha dejado un tendal de miles de víctimas (tanto muertos como afectados por los efectos del experimento genético). A todo lo expuesto, se debe agregar la destrucción sistemática de la movilidad social de millones de argentinos mediante empobrecimiento forzado, situación que ha llegado a su punto más culminante en los últimos meses, luego de que Javier Milei envió fuera del país (concretamente a Inglaterra, un enemigo histórico) más del 60% del oro de los argentinos, sin que se produjera la más mínima reacción.

¿Dónde estará situada la delgada línea que establece el límite de la tolerancia del argentino promedio? ¿O es que la resignación, es decir la renuncia a todo intento de realizar un cambio, de ser necesario, incluso por fuera de las urnas, haciendo tronar el escarmiento, ya forma parte del estado psicológico (y patológico) permanente e irreversible de la mayoría de los argentinos?

Manifestar indignación frente a la injusticia, a la corrupción y a todo acto cuestionable (sobre todo de políticos, gobernantes y funcionarios), sin esconder expresiones de furia y frustración, de ningún modo constituyen actos de violencia o irracionalidad. Por el contrario, dejan muy en claro que los individuos y los pueblos que así reaccionan, poseen una sólida salud psíquica y biológica, capaz de garantizar la evolución social, incluso frente a poderosos grupos de poder. Lo otro es cobardía, tibieza y resignación, propio de sociedades enfermas y esclavizadas.

Lic. RODOLFO OSCAR MARTÍN

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