COLUMNA

SIGUE VOTANDO, III ¿Cómo permanecer en silencio cuando sabes que millones de imbéciles están habilitados por el sistema democrático para convalidar con su voto la destrucción de lo poco que aún queda de pie, como una horda de zombies? Por Oscar Martín.

 

«Democracia es el arte de administrar el circo desde la jaula de los monos».  H. L. Mencken

 

Si piensas que con el paso del tiempo todos acabarán volviéndose imbéciles y adictos al consumo de los cuentos democráticos-incluyendo al acto de introducir cada tanto un papel dentro de una caja de cartón-, te equivocas. Siempre queda una minoría selecta, incorruptible, que detesta la imbecilidad, la cual, al final, triunfa.

Porque, ¿la humanidad hubiera alcanzado sus mejores avances si todo dependiera de los imbéciles? Claro que no. Cada avance, cada logro alcanzado en pos de la libertad y de cualquier otro fin elevado, siempre fue obra y creación exclusiva de una minoría selecta, de un pequeño número de «ovejas negras» que decidieron pensar-y actuar-fuera del redil, por encima de la mediocridad reinante.

Y eso es exactamente lo que ocurre ahora mismo: frente a un sistema democrático que favorece y promueve la mediocridad, que inclina la balanza hacia lo corrupto y lo perverso, hacia lo rastrero, lo anti natural, e incluso hacia lo anti humano, al fomentar un pernicioso igualitarismo, donde «resulta que es lo mismo un burro que un gran profesor» (Discepolín dixit), frente a ese panorama, aparece un obstáculo, un muro, conformado precisamente por aquella minoría que se resiste a ser arrastrada hacia el fondo del abismo por la mayoría de imbéciles que pulula por doquier en todas partes: en el gobierno, en los medios de cretinización de masas, en el ámbito científico y educativo, e incluso en las manifestaciones artísticas, todo amparado por la creencia casi supersticiosa que mantiene la mayoría en un fetiche, el político.

Y no bastaron 41 años de desastre causado por la impresentable clase política, desastre que incluye no solo la pauperización criminal de vastos sectores de la sociedad argentina, sino también la destrucción casi total de la defensa del país, dejando a las Fuerzas Armadas sumidas en la involución, teniendo que valerse de armamento obsoleto frente a la inseguridad de una realidad global cada vez más peligrosa. Y por si fuera poco, ninguno de los infames traidores a la patria pagó su despecio hacia el pueblo (basta con solo recordar que hasta diciembre del año pasado, Cristina Kirchner, condenada por la justicia, siguió manteniendo los cargos de vice presidente de la Nación y titular del Senado; de hecho, sigue en liertad hasta hoy). Sin olvidar el escandaloso incremento de la deuda externa durante el periodo democrático, que ha dejado al país prácticamente en bancarrota.

¿Cómo no indignarse y rebelarse ante tamaña manifestación de imbecilidad, ignorancia y estupidez colectiva? ¿Cómo permanecer en silencio cuando sabes que millones de imbéciles están habilitados por el sistema democrático para convalidar con su voto la destrucción de lo poco que aún queda en pie, como una horda de zombies? ¿Se puede permanecer impávido, indiferente ante la sonrisa burlona de seres despreciables como los políticos, que sonríen satisfechos con su obra destructiva, la cual ejecutaron-y ejecutan- siguiendo órdenes directas de los enemigos de la patria? ¿Dónde quedó la dignidad de la mayoría?

Si no te importa tu país, sigue votando.

Carlos Gardel, en el tango «Volver», canta: «Tengo miedo del encuentro con el pasado que vuelve a enfrentarse con mi vida». Para la inmensa mayoría de los argentinos, parafraseando a aquel mismo tango, cuarenta años no es nada. Aunque por su propio bien, deberían temer al pasado que vuelve a enfrentarse con las vidas de todos cuando se cometen una y otra vez los mismos errores.

 

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