MISMO CAMINO, MISMO DESTINO En aquellas manifestaciones, que provocaron la caída del radical Fernando De la Rúa, miles de argentinos se agolparon en las calles al grito de «¡que se vayan todos!», ignorando (o no) que el problema de fondo no se limitaba a los políticos y su apego a la corrupción, sino a la vigencia del régimen que los ampara… Por Oscar Martín
Por Oscar Martín
Durante la crisis del 2001, muchos argentinos salieron a las calles golpeando cacerolas, no porque hayan estado indignados por la corrupción reinante, ni por los privilegios de la clase política, ni por las promesas incumplidas y la inoperancia de la Alianza UCR-FREPASO (De la Rúa-Álvarez), ni por la enésima muestra de desprecio hacia el pueblo manifestado por todo el espectro político (a pesar de que entonces ya habían transcurrido 18 años de «vida» democrática). Estaban indignados porque le habían tocado los bolsillos mediante un corralito financiero, ideado por Domingo Felipe Cavallo-ministro de Economía en aquel momento-, medida que estableció la prohibición del libre uso del dinero en cajas de ahorro, cuentas corrientes y plazos fijos, buscando evitar a toda costa la salida de dinero del sistema bancario.
En aquellas manifestaciones, que provocaron la caída del radical Fernando De la Rúa, miles de argentinos se agolparon en las calles al grito de «¡que se vayan todos!», ignorando (o no) que el problema de fondo no se circunscribía solamente a los políticos y su apego a la corrupción, sino a la vigencia del régimen que los ampara y fomenta. De modo que aquel reclamo popular que exigía «que se vayan todos» tuvo como única consecuencia un recambio de «figuritas», sin tocar el trasfondo del problema. Lo que sucedió luego es bastante conocido: no solo no se fue nadie, sino que los males de los argentinos continuaron profundizándose.
23 años después de aquel cacerolazo, los vicios democráticos continúan, aunque las «figuritas» ya no son las mismas, salvo excepciones (Patricia Bullrich, por dar un ejemplo). Casualmente, esta eterna funcionaria vuelve a estar en el ojo de la tormenta, ya que los medios la señalan como la responsable de haber «levantado» a dos legisladores del PRO (por orden de Javier Milei) para salvar a Cristina Kirchner de Ficha Limpia.
En ese sentido, Vanina Biasi, legisladora del FIT, declaró: «no consiguieron quórum por un acuerdo entre Cristina y Milei. Bullrich hizo lo suyo erosionando la presencia del PRO con diputados que le responden y que no bajaron al recinto». Dentro del Congreso, hoy por hoy convertido en una cueva de maleantes que ni siquiera disimulan su escaso interés en «representar» al pueblo, los tejes y manejes persisten. Detrás de todo, hay un solo objetivo: salvar a Cristina Kirchner, la «ladrona de la república Argentina» (Google dixit). Es decir, que quien preside el Poder Ejecutivo-en vez de estar trabajando en pos de paliar los gravísimos problemas del país-, está abocado ahora mismo, en complicidad con algunos «representantes» del pueblo, a la defensa de una delincuente, en las narices de todos los argentinos, quienes tienen ahora todo el derecho a reaccionar. Además, les sobran motivos. La corrupción, los privilegios, la inoperancia y el desprecio de la clase política, continúan vigentes, castigando los bolsillos del pueblo con inflación, desocupación y pobreza. Si en 2001 recurrieron a unas viejas cacerolas y salieron a las calles motivados por la entrada en vigencia de un corralito financiero, reclamando que se vayan todos, y años después nada cambió, queda claro que la salvación del pueblo argentino, en estos tiempos cruciales, solo depende del mismo pueblo argentino, quien esta vez no debe conformarse con exigir un mero recambio de «figuritas», golpeando viejas cacerolas. Salvo que quiera condenarse, repitiendo la historia por otros cuarenta años.