EL REMOLINO. Por Luis F. Solé Mases
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Fabi Zarza era un jovencito obereño, tímido, pequeño y liviano. Sus días transcurrían plácidos entre el estudio, que no se le daba bien, el fútbol ocasional de barrio en el Exa, y largas horas con su mente inactiva esperando que algo ocurra.
Su padre decidió que era momento para que Fabi le imprima un giro a su existencia, y lo envió a Buenos Aires con su hermano, quien reiteradamente se ofreció a acogerlo al gurí.
– Te vas a la casa de tu tío a trabajar, a terminar tus estudios y tratas de aprender algo – le remarcó su Padre, mientras caminaban desde Villa Stemberg a la terminal de ómnibus.
Así fue que Fabi llegó al oeste del conurbano, para vivir con el tío Jorge, de quien solo sabía que era empleado Municipal en Merlo.
El tiempo pasaba vertiginoso y Fabi enseguida comprendió que tío Jorge era algo más que un empleado Municipal. Tío Jorge era un personaje hiper activo, que funcionaba a cualquier hora en los lugares menos pensados. Su pertenencia al sindicato de Municipales era una mascarada. Su condición de barra brava de Midland o alternativamente la 12, también. El plantel de vendedores de quiniela clandestina eran sus manos extendiéndose en el terreno. Obviamente la unidad básica que presidia, “Los leales a Perón”, era otro camuflaje. Así como los puestos callejeros en ferias, y otras decenas de emprendimientos, todos fronterizos con la ley.
Meses más tarde Fabi ya era su lugarteniente, es decir, ayudaba en el comando de un sinfín de virtuales licencias callejeras para delinquir. Claro que todo se simplificaba cada dos años a la hora de acarrear electores, ahí la armonía y fraternidad de las facciones afloraba, para que los jerarcas ganen, sostengan el territorio y renueven las patentes de corso.
Pero no fue fácil para Fabi entender la lógica de la calle. En ocasiones la policía los custodiaba, en otras los golpeaba y encarcelaba unas horas. A veces tío Jorge subía a los palcos con los políticos, pero en otros eran sacado del acto por alguna facción más potente, y a los empujones. Todo circulaba por un resbaloso desfiladero, donde pisar los negocios de los de “arriba” sin tributar lo correspondiente, podía ser doloroso. Pero los malos momentos eran efímeros, ya que enseguida tío Jorge era necesario en la calle generando recursos, o votos, según el momento. El único límite era la cocaína. Ese negocio tenía una sola regla: el grueso del calibre de las armas de cada banda.
– Y si alguna vez nos hacen una causa grande, pesada, y no salimos más de la cárcel – preguntó Fabi a tío Jorge.
– Fabi. Los jueces también son parte del sistema y esperan su parte. Lo importante es tener billetes con que responder, porque con esos tipos de traje no hay fiado. Cualquier tardanza en desembolsarla pueden ser meses o años de cárcel hasta volver a enderezar el trámite– aclaró el hombre.
– Entiendo. Es como si los billetes estuvieran en una cascada que van cayendo de nivel en nivel – reflexionó Fabi.
Tío Jorge lo observo unos segundos, le palmeó el hombro con fuerza, tratando de reunir toda su atención.
– No Fabi, para nosotros no es así, es exactamente al revés – Tio Jorge reflexionó sobre el ejemplo que aplicaría al caso -…la plata para nosotros no viene nunca de arriba hacia abajo. Siempre, siempre es al revés. Juntamos la plata en la calle y esa plata sube y sube camino a la cima. ¿Viste los remolinos que mueven el polvo y la basura del piso? Bueno, lo nuestro es igual. Vamos levantando los billetes desde el nivel más bajo y los hacemos volar en dirección a la altura. Nosotros somos el remolino, pero de billetes – finalizó tío Jorge batiendo sus brazos para darle acción a la metáfora.
Fabi pronto dejó de ser el joven frágil de pocas palabras abrasileradas. Portaba una barba suave y su cabello desordenado lo hacía uno más de ese mundo callejero de cono urbano oeste. Pronto consiguió con los políticos una certificación de finalización de estudios trucha, que envió a su Padre con un audio narrando una historia escolar inexistente. Cumplía la promesa que hizo en la vieja terminal obereña una tardecita. Pero no todo era previsible y calmo en el conurbano oeste, un nuevo fenómeno estaba invadiendo el territorio de tío Jorge y compitiendo en todos los terrenos, y más allá.
Las “organizaciones sociales” se derramaban en el territorio con la potencia del dinero que la Casa Rosada imprimía alocadamente. Pronto los políticos locales se vieron en la necesidad de resignar el dominio de sus cotos de caza y negociar la convivencia, por temor a ser arrasados a fuerza de dinero sin límites.
En solo un par de años tío Jorge comenzó a quedar obsoleto, y las diversas líneas de protección que él alimentaba se mostraban impotentes. Los ubicuos políticos comenzaron a embolsar los fondos públicos que llegaban para indemnizarlos por la sesión de su territorio, sin cuestionamiento alguno, al verse privados de usufructuar los negocios de la calle. El tsunami “piquetero” era incontenible.
Fabi decidió navegar con la corriente. Se puso a disposición de los zurdos de las “organizaciones sociales” y se ofreció a volver a Misiones para expandir el campo de acción de ellos. Luego de un proceso de observación lo destinaron a “desarrollar el modelo” a los barrios de la periferia miserable en Posadas. Su nuevo principado de la indigencia tenía más de 100.000 almas listas para ser sumadas a la causa del progresismo. Poseían el requisito esencial, todas sumergidas en una impactante desdicha y colonizada por todo tipo de grupos políticos inescrupulosos, pastores militantes y narcos firmemente arraigados.
El negro Mamani era el supervisor de la “orga” que venía desde Buenos Aires. Un morocho petacón, sin cuello y pelo chuzo. Aseguraba ser jujeño, pero su acento lo situaba un poco más al norte. Con un simple wasap le había ordenado a Fabi que lo espere en el aeropuerto, y ahí llegó é,l listo para recibir las primeras directivas. Apenas salió de la cinta de equipajes y sin sentarse, el negro Mamani arrancó:
– Por ahora vas a funcionar en el local del centro, ahí mismo vas a conocer tus colaboradores – dijo, mientras miraba en todas direcciones como buscando algo – Tres veces por semana va a llegar un camión con comestibles y alguna cosa más, para repartir. Descargas con la gente y ya que se vuelvan a las casas con mucha comida, luego vos te organizas para comercializar el resto – dijo Mamani, mientras garabateaba algo en un papel cualquiera.
– Entiendo – dijo Fabi, remarcando que sabía perfectamente que hacer.
Mamani se sacó los lentes espejados y se dirigió a recibir a un hombre, quien le entregó una mochila y la llave de un coche. Intercambiaron un par de frases, giraron, y se separaron.
– Te vas a mover con esta camioneta – dijo Mamani y le pasó la llave y el papelito – Esto vas a traer, por ahora, para la próxima reunión – el papel decía “mil dólar”.
El negro Mamani tomó su móvil y comenzó a hurgar entre los mensajes sin decir más. Fabi esperó un instante y luego salió en dirección a la playa de estacionamiento. Comenzó a presionar la llave, hasta que una camioneta pizcó las luces y destrabó las puertas.
“Instituto Nacional de la Economía Familiar – Ministerio de Desarrollo Social de la Nación”, decía en la puerta. Fabí ingresó, giró la llave y ya tenía movilidad: una Ford Ranger, blanca, 0 km.
La rueda comenzó a voltear. Fabi sabía exactamente qué hacer y un pequeño ejército de fieles cumplían silenciosa y ciegamente sus deseos. Lo primero fue dar valor a las más de 50 toneladas semanales de comestibles: la leche se vendía a panaderías, heladerías y afines. El aceite a gastronómicos. Bultos a granel a paseros paraguayos. Canjes con los Intendentes que llevaban comestibles a cambio de nafta, cubiertas o chapas, que a su vez se negociaban inmediatamente. Todo se movía a una febril velocidad, en un ida y vuelta frenético.
En otro carril Fabi multiplicaba todo tipo de plan o asignación de billetes que impulsaba el gobierno, dirigida a los pobres. Obviamente, quedándose con el trozo correspondiente mes a mes. Otro grupo se dedicaba a usurpar terrenos, que gracias a los políticos locales, podía conseguir con precisión catastral, su ubicación. Esas tomas se vendían a otras familias miserables, que además quedaban pegadas a la “orga” de Fabi, sumándose al círculo de la esclavitud: abrían su comedor y se ponían a disposición para piquetes u otras movidas. Otra opción era invadir los terrenos a particulares y enviar un tercero para comprarlos a precio vil a sus legítimos propietarios, argumentando que no valían nada intrusados. Obviamente, al otro día eran despejados y a pocos tiempo después vendidos o canjeados por otra cosa. La ganancia era feroz y veloz. Al “datero” se le pagaba religiosa y generosamente, para mantenerlo motivado y hurgando en el catastro. Los negocios se multiplicaban a la velocidad de la peste. No transcurrió demasiado para que los uniformados se acerquen a pedir su parte en la industria, los pastores a asociarse y los narcos a explorar el nuevo mundo que comenzaba a crecer de la mano del flamante gerente de la miseria, quien ya había recuperado su tonada misionera en poco tiempo.
El negro Mamani seguía llegando frecuentemente. Fabi sabía perfectamente que él tenía la información detallada de sus movimientos, y por ende no hacía falta explicar nada cuando la pregunta puntual no se formulaba. El negro, siempre lacónico, informaba a Fabi de los contactos de la política local a quien responder y mantener sumisión. Cada charla se producía siempre en el mismo lugar y con la misma duración. Finalizaba con el intercambio de un papelito con la meta en dólares que se requería desde la “orga” y la entrega de una mochila con el producido estipulado anteriormente. Luego, el negro era arribado por alguien y desaparecía en alguna dirección.
Fabi instaló un corralón de materiales y volquetes. Necesitaba una tapadera para camuflar sus operaciones que ya levantaban rumores sostenidos.
Si bien no consiguió autorización para avanzar sobre el negocio callejero, Fabi había hecho pié en el mercado central, y desde allí podría avanzar a las esquinas de la ciudad.
Era obvio que la “orga” tenía algún otro despliegue en Misiones. Cada vez que llegaba el negro Mamani varios de los capitanes de Fabi desaparecían un par de días, para luego volver sin comentario alguno.
No había que ser Sherlock Holmes, para comprender la secuencia: llegaba un gran camión con comestibles, descargaba y seguía camino al interior a cargar pino recién aserrado y el grupo luego lo escoltaba hasta algún lugar lejos de Misiones. Este procedimiento era semanal desde fines de Marzo hasta Abril, luego comenzaba a decaer a medida que entraba el frío, para relanzarse en primavera.
Los meses avanzaban, Fabi le ponía el cuerpo a los negocios en la calle, disfrazado de militante social que reclamaba por trabajo, tierra y comida para los pobres posadeños postergados. El negro Mamani seguía levantando la vara en cada papelito que le entrega a su puntero todo terreno, e indefectiblemente Fabi cumplía.
Pronto se vino encima el tiempo electoral. En principio nada hacía temer al despliegue de la “orga” en Posadas, independientemente quien terminase ganando. Pero los cálculos estaban equivocados y una tormenta se abatió, no solo sobre Fabi, sino sobre toda la movida Nacional.
La misma gente que estaba sometida y dependiente en todo sentido, les dio la espalda con un contundente voto en contra. La estructura cayó como un castillo de naipes. No en días, sino en horas. Los políticos locales le dieron la espalda, y a continuación huyeron despavoridos a abrazarse con el ganador, olvidando viejas declaraciones ideológicas.
El negro Mamani contactó a Fabi, pero esta vez sería él quien viaje a Buenos Aires, y encima de urgencia. La reunión sería en una cooperativa miserable de un creciente asentamiento pauperizado, en un lodazal costero de Quilmes. El semblante del negro no era bueno, y recibió a Fabi en medio de un desesperado esfuerzo por ordenar papeles. El empobrecido galpón era un hormiguero de gente entrando y saliendo, trayendo y sacando.
– La cosa está fea Fabi. El gobierno nuevo nos está apretando por diferentes fondos que fuimos recibiendo anteriormente. Creemos que en cualquier momento nos cae un allanamiento. Por ahora vamos a desactivar todo, hasta que aparezca la oportunidad de negociar con los ganadores, o terminemos en la cárcel, hoy lo más probable – explicó el negro Mamani, y en seguida se puso de pie y profirió un par de gritos que pusieron en movimiento a varios – Vos vas a hacer lo mismo. Cerrá todo, repartí las cosas y desaparece de los barrios. De todas formas la gente nos jugó en contra y no van a reclamar nada –
– Entiendo – dijo Fabi.
– Pero hay un negocio mío que tenés que terminar vos, y también vos te quedas con la ganancia. Va a ser tu retiro para aguantar hasta que volvamos – dijo el negro Mamani, tomándolo del brazo para reunir el máximo de su atención.
– ¿De qué se trata? – quiso saber Fabi.
– En un par de meses vas a reunir un cargamento de varias toneladas de marihuana, y como no podemos traerlo más hasta acá, lo vas a llevar a la costa del Uruguay y ahí te lo van a recibir.
– Pero… – intentó pedir explicaciones Fabi y el negro lo cortó.
– Quedáte tranquilo, el operativo está armado y yo te voy a poner en contacto con Lico el brasilero, y con un milico que te va a limpiar el camino desde la costa del Paraná, hasta la costa del Uruguay – finalizó el negro mirando seriamente a Fabi, quien nunca lo había escuchado decir tantas palabras seguidas, siempre con ese acento seseante de varios kilómetros al norte de Jujuy.
– – Pero si está todo armado ¿Para qué me necesitas? – interrogó Fabi.
El negro volvió a tomarlo del brazo. Ahora acercó su rostro y dejó escapar el putrefacto aroma de su boca, cuando susurró firmemente algo a centímetros de su cara.
– Con esa gente tengo que cerrar el negocio, no puedo decirle ahora que se cayó. No les va a importar nada y me la van a cobrar si o si – dijo el negro con los ojos desorbitados.
– ¿Qué querés que haga yo, entonces? – dijo Fabi.
– Tenes que juntar para cinco pagos de 200.000 dólares. Esconder la mercadería en el lugar que tenemos y esperar que te den la señal para cruzar la provincia – explicó el negro.
– ¡Un millón de dólares! – dijo Fabi asustado.
– Pero te va a esperar Lico con una caja con 5 millones. Desde ahí mismo desapareces en la dirección que más te guste, hasta que podamos regresar nuevamente al terreno. No va a pasar mucho tiempo, pronto nos van a necesitar para calmar al pobrerío. Como siempre – le dijo el negro, rematando la frase con una sonrisa malévola.
Fabi sintió un irrefrenable deseo de huir, pero se calmó. Bien sabía que no podía sacar el cuerpo y que estaba tan embarrado como el que más con las operaciones ilegales de la “orga”. Agachó la cabeza un instante y finalmente preguntó.
– ¿Cómo seguimos esto? –
– Quedáte tranquilo, tenemos mucho tiempo por delante. En principio levantá todo, juntá plata y salí del radar – le dijo el negro Mamani, y a continuación se paró y siguió tirando órdenes al ejército que se movía rítmicamente entrando y saliendo, sacando y poniendo.
El operativo fue tomando forma. Fabi se reunió con el brasilero Lico y su tropa. Apareció un tal Manuel liderando otro equipo. Manuel, aseguraba ser ciudadano paraguayo y boliviano, además de argentino. El se encargaría del proceso de traer desde la costa hasta el aguantadero las sucesivas cargas de marihuana. Fabi mechó alguna gente de su confianza con Manuel y puso a otros en la frontera a rastrear las operaciones de Lico. Todo parecía estar cuadrando.
El aguantadero era un taller mecánico desactivado, en cuyo interior esperaba un camión. Dentro de la carrocería de un viejo Ford 7000 se acopiaría la droga.
El taller, hecho de grandes tablas, estaba situado cerca de la ruta 12 sobre un camino rural. Varios giros más tarde, el camino finalizaba en la boca del arroyo Mbopicuá, donde aterrizarían los sucesivos cargamentos provenientes de costa paraguaya. Una vez completa la carga y en el momento justo, recorrerían pocos kilómetros hasta Garuhapé, desde allí a Salto Encantado. Luego de cruzar la ruta 14 y sin escalas, llegarían a un recodo del río Uruguay cercano a Colonia Aurora.
Fabi transitó y mandó a transitar mil veces las difíciles rutas 220 y 219. Llegó a conocerlas en detalle, ya que él debía poner el chofer para el viejo camión.
Lo complejo para Fabi fue juntar cada una de las partidas de 200.000 dólares, hasta completar los envíos de la droga, que superarían las 4 toneladas. La primera etapa pudo enfrentarla con sus reservas estratégicas. Luego tuvo que comenzar a rematar aceleradamente todo lo disponible, y de allí en más recurrió a préstamos con diversos jugadores peligrosos con los que negoció los últimos años. Obviamente, consiguió los dólares ofreciendo jugosos intereses y promesas a futuro de toda índole. De todas maneras, no tendría problemas en cancelar todo apenas Lico reciba la carga.
Finalmente, y luego de un par de suspensiones, llegó el momento. Manuel avanzaría por delante, luego la carga, y cerrando la marcha Fabi unos kilómetros por detrás. Lo peor que podía pasar ante una redada era abandonar el camión y perder todo. Pero la noche húmeda y la niebla espesa darían una mano adicional. Los diferentes vigías tenían la misión de asegurar que la ruta estaba despejada de punta a punta. Otros vigilantes, en los pueblos cercanos, esperaban ver y advertir sobre movimientos de fuerzas de seguridad que convergieran en el camino de la carga. Un ejército de ojos y oídos blindaban la operación de cualquier sorpresa en el trayecto.
– Nos movemos Fabi. En 20 minutos sale el camión y vos detrás – dijo Manuel nervioso. Se abrazaron frente al viejo taller y desplegaron las puertas para habilitar la salida del Ford 7000. Luego Manuel se trepó a su móvil y avanzó al norte rumbo a Garuhapé.
Pasaron los 20 minutos, Fabi se acercó al camión le golpeó la puerta al conductor. El viejo pero noble fierro humeó oscuro y de a poco sacó su trompa del viejo taller. Cuando cruzaba el badén de la entrada, desde todos lados aparecieron móviles de uniformados. Gritos, luces, perros, linternas. En instantes Fabi estaba boca abajo, esposado y con el cañón de un FAL presionándole la espalda y una bota en el cuello. Lo habían atrapado.
Pasaron pocos días y tío Jorge llegó a Posadas desde Merlo con un abogado de fuste. El letrado se quedó a registrar la matricula en el Federal y mirar el expediente, mientras tío Jorge fue a ver a Fabi a Candelaria.
Luego del paternal abrazo tío Jorge comenzó a cuchichear:
– No te hagas problema. Traje un pez de aguas profundas. Serán unos meses de paciencia y después vamos a encontrar la salida a todo esto – dijo tio Jorge transmitiendo la solidez de su experiencia.
– Gracias tío. Tenés que sacarme de Misiones lo antes posible – dijo Fabi, casi rogando.
– Ya hablamos de este tipo de situaciones varias veces. Quedáte tranquilo y cerrá la boca. ¿Dónde tenés el dinero para que el abogado se mueva? – quiso saber tío Jorge. Fabi se tapó la cara con ambas manos y agachó la cabeza unos segundos. Luego enfrentó la realidad.
– No tengo más que 700.000 dólares de deudas vencidas. Si no me sacas de Misiones no voy a vivir demasiado – confesó Fabi.
El negro Mamani salió de la sala de equipajes del Aeroparque posadeño. Manuel lo esperaba a pocos pasos de la puerta corrediza, con una mochila al hombro.
– ¿Cómo salió todo? – quiso saber Mamani.
– Tal lo planeado – respondió lacónico Manuel.
Mamani abrió disimuladamente la mochila, se sacó sus lentes espejados y observó los fajos en billetes grandes de dólar. Levantó la vista y cabeceó levemente, como pidiendo precisiones.
– Pagamos a los paraguayos que empaquetaron casi 5 toneladas de plantas molidas, todo bagazo sin valor, pero va a sumar lindo para el record de decomiso. Pagamos al resto del circuito de costa a costa, y lo que tenés ahí fue lo que quedó. La mitad para vos la otra para mi. Te llevas 350.000 dólares. Está todo cerrado con un moño – explicó Manuel.
El negro Mamani giró y se alejó sin saludar. Lo mismo hizo Manuel.
