LAS FALACIAS DEL SISTEMA: LA DEMOCRACIA NO ES EL GOBIERNO DEL PUEBLO
«Argentina está condenada al éxito». EDUARDO DUHALDE, ex presidente (abril de 2002)
«Felices Pascuas ¡La casa está en orden!», gritó Raúl Alfonsin desde el balcón de la Casa Rosada, el 19 de abril de 1987, después de que un sector de los militares, los «carapintada», depusiera su actitud. Lo cierto es que la «casa» de los argentinos no estaba en orden, de ninguna manera, a pesar de los dichos mentirosos del por entonces presidente, que apenas dos años después, fue eyectado del cargo debido a una aguda crisis socio económica, caracterizada por un tremendo proceso hiper inflacionario, que mostraba el fracaso contundente de su gestión de casi seis años, tiempo durante el cual reinó un gran entusiasmo en la población, que hasta ese entonces, había creído casi ciegamente en aquella frase de cabecera pronunciada por el propio Alfonsin: «con la democracia se come, se cura y se educa».
Tras cuatro décadas de democracia ininterrumpida, sistema en donde «gobierna el pueblo», solo resta formular una pregunta: ¿Y cómo le va a ese mismo pueblo, supuesto destinatario de los mejores anhelos de la clase política, en nombre del cual ésta realiza no solo los más sublimes actos de renunciamiento, sino también el mayor de sus esfuerzos, priorizando, en todos los casos, el bien común, es decir, el bienestar de todos los argentinos? Para responder a esa pregunta, tengo dos opciones: recurro a un sinnúmero de datos, cifras y estadísticas de los últimos cuarenta años (lo cual resultaría engorroso y aburrido), o simplemente me limito a apelar al sentido común del lector, el cual, imagino, a estas alturas podrá elaborar por sí mismo una respuesta, basándose en el clima social (y económico) que percibe, además de su propia situación. Y si el lector supera una cierta edad (cincuenta años o más) y ha vivido con suficiente lucidez toda esa etapa, mejor aún, ya que de ese modo también podrá recordar la expresión: «¡Síganme, que no los voy a defraudar!», pronunciada por un exultante y patilludo riojano, que por entonces se esforzaba por parecerse físicamente a Facundo Quiroga, aunque en realidad se llamaba Carlos Saúl Menem (cuya gestión como presidente también resultó nefasta, más allá de haber contenido el proceso hiper inflacionario que dejó su antecesor). También podrá recordar todo lo que vino después, la larga sucesión de presidentes (protagonistas de horribles gestiones), hasta desembocar en el actual, un errático y desquiciado personaje llamado Javier Gerardo Milei, los cuales han dejado muy en claro, para la posteridad, que la democracia no es, no ha sido, ni será jamás el «gobierno del pueblo» (por mal que le pese a muchos ilusos), sino que se trata de una falsa realidad, creada por la sensación ilusoria del individuo, obnubilado y engañado por el accionar de toda una maquinaria bien aceitada de mentiras y falsedades, compuesta de mecanismos perfectamente articulados (prensa, partidos políticos, instituciones de todo tipo, etc, etc), que no cesan de difundir la farsa democrática, ya expresada en forma de incuestionable dogma religioso, a los cuatro vientos, garantizando la vigencia del engaño, engaño que logra imponerse con mucho éxito debido a la ignorancia masiva de la población, con la cual contribuye hasta el mismo sistema educativo (diseñado por esa misma clase política), que ha sabido manipularla y adoctrinarla con presteza, desde la más temprana edad.
Ya hablé al respecto en otra columna, pero insistiré por enésima vez: si desde el periodismo no se dicen las cosas como son (le duela a quien le duela y caiga quien caiga), la mentira y la farsa democráticas se perpetuarán, y con ella, la agonía interminable del pueblo, hasta llegar, incluso, a su exterminio final. En ese sentido, no exagero en absoluto, ya que los planes del globalismo (al cual sirve como herramienta perfecta la democracia, pues las leyes más abyectas continúan surgiendo desde los parlamentos), están estrechamente relacionados con la despoblación mundial, y han sido expresados públicamente por sus más conspicuos ideólogos en diversas oportunidades, por ejemplo, en las reuniones del Foro de Davos. En sus propias manos, la mayoría tiene (por ahora) una gran información, que incluso envidiarían quienes vivieron en tiempos de la biblioteca de Alejandría. Les basta con solo oprimir una tecla o rozar levemente con los dedos la pantalla de un teléfono celular y aprovecharla. Infinidad de fuentes hacen mención al pensamiento pasado y presente con respecto al sistema democrático. De lo contrario, seguirán siendo víctimas de su propia ignorancia, y de sus terribles consecuencias: «Mi pueblo perece por falta de conocimiento» (Oseas, 4:6).
Lic. Rodolfo Oscar Martín