EL OCASO DEL PERIODISMO. Por Oscar Martín.
«Periodismo es publicar lo que alguien no quiere que publiques. Todo lo demás son relaciones públicas».
GEORGE ORWELL, escritor y periodista británico.
Mientras la mayoría de la «prensa» se rasga las vestiduras criticando los enredos y las nimiedades del poder político, calla hipócritamente ante los peores crímenes cometidos por éste, muchos de los cuales fueron llevados a cabo muy recientemente, y cuya enumeración, a pesar de resultar extensa, no forma parte de los titulares de los medios y brilla por su ausencia en las columnas y en las notas editoriales, logrando que tales aberraciones nunca reciban la correspondiente condena social masiva, que de por sí constituye un importantísimo factor de presión que puede conducir más tarde a una merecida condena judicial de los responsables. Es el silencio cómplice de una legión de hombres y mujeres que, auto definiéndose como periodistas, evitan hablar de la verdad (por miedo, por conveniencia o por ambas cosas), denigrando el ejercicio del periodismo y reduciéndose ellos mismos al mero rol de agentes de relaciones públicas, que acaban coqueteando con el poder de turno, revolcándose en una interminable orgía que prostituye la verdad, o la oculta, reemplazándola por la más alevosa mentira.
Estos militantes activos de la más abyecta corrección política (hoy, mal llamados periodistas), son los mismos que luego de auto censurarse, hacen lo propio con cada entrevistado, ejerciendo una acción amordazante con todo aquel que ose referirse, no ya a la mera corrupción, sino a los crímenes que comete el poder político, amparándose en la más cobarde impunidad. De hecho, han pasado a formar parte de ese mismo poder, mientras fingen independencia hacia afuera, limitándose a criticar cuestiones insignificantes, o levemente graves, buscando no causar mella en la imagen del político de turno y en el sistema que lo sostiene. Son simples operarios del poder, cuya tarea principal ya no se centra en informar, sino en ser agentes activos de la propaganda oficial, cuya agenda exhiben cada día impúdicamente, aún siendo concientes de que no solo traicionan el derecho a informar, también, y sobre todo, la confianza de quienes aún siguen creyendo en ellos.
Estos «periodistas» no hablan de: las secuelas mortales de las vacunas covid, que algunos desinformados aún siguen inyectándose; de las miles de muertes y lesiones de deportistas, por igual motivo; del más absoluto desprecio a la libertad (lo que debería llamarles la atención, ya que son actos que ocurren dentro del sistema que tanto defienden y entronizan, la democracia), que significa la plena vigencia de la obligatoriedad de la vacunación en niños, sin importar su condición física o si son alérgicos o hipersensibles a los componentes de las vacunas que ni siquiera la misma ANMAT analiza (reconocido por el citado organismo en sede judicial, que tampoco, dicho sea de paso, les llama la atención como supuestos «profesionales de la información»); tampoco hablan-ni investigan-los innumerables casos de autismo y otras complicaciones en los niños, originadas por la toxicidad de las vacunas en general; ni siquiera de las gravísimas secuelas psicológicas en el desarrollo infantil que causa la implementación de la Educación Sexual Integral (ESI); más aún considerando que se tratan de imposiciones derivadas de la Agenda 2030, impulsadas por organizaciones transnacionales privadas (podrían llegar hasta los responsables locales con solo seguir «la ruta del dinero», dicho sea de paso). Esa misma «prensa» parece haber olvidado la violación sistemática de la Constitución Nacional (hace apenas cuatro años) mediante la comisión de crímenes de lesa humanidad, junto con la masiva detención domiciliaria-absolutamente ilegal y criminal-de los argentinos durante casi un año, sin que hayan cometido delito alguno que justificara tal medida, y sin la declaración del correspondiente estado de sitio. La lista es aún más extensa, pero creo que lo enumerado hasta aquí sirve a modo de ejemplo para dejar muy en claro la actitud cobarde y cómplice de la mayoría de eso que algunos siguen llamando «prensa argentina», cuyo accionar despeja toda duda de que, efectivamente, asistimos al ocaso del periodismo.