ARGENTINA: LA CONSUMACIÓN DE UN ESTREPITOSO FRACASO. Por Oscar Martín
«Con la democracia se cura, se come y se educa».
-Raúl Ricardo Alfonsin, ex presidente.
Cuarenta años después, Argentina se convirtió para el resto del mundo (que la mira con absoluto asombro y perplejidad) en un modelo de fracaso estrepitoso. Durante ese lapso, han pasado por la Casa Rosada, sede del gobierno argentino, 12 presidentes, incluido el actual. A saber: Raúl Alfonsin (1983-1989), Carlos Menem (1989-1999), Fernando De la Rúa (1999-2001), Federico Ramón Puerta (2001), Adolfo Rodríguez Saá (2001), Eduardo Camaño (2001-2002), Eduardo Duhalde (2002-2003), Néstor Kirchner (2003-2007), Cristina Fernández de Kirchner (2007-2011 y 2011-2015), Mauricio Macri (2015-2019), Alberto Fernández (2019-2023), y el actual, Javier Milei, quien asumió hace 10 meses. Haré un esbozo histórico: el primero, el radical Raúl Alfonsin, tuvo que abandonar el cargo anticipadamente a raíz de una brutal crisis económica (con hiper inflación incluida). Su sucesor, el peronista Carlos Menem, si bien logró contener el proceso hiper inflacionario y mantuvo la estabilidad económica durante un tiempo, no dejó al país en buenas condiciones, a tal punto, que después de 10 años de mandato, fue reemplazado por el radical Fernando De la Rúa, en medio de un escenario donde la mayoría de los argentinos exigía un cambio de rumbo. Sin embargo, apenas dos años después de asumir, Fernando De la Rúa también se vio obligado a abandonar el cargo, en medio de otra crisis económica y una fuerte protesta, conocida desde entonces con el nombre de cacerolazo. Los que vinieron luego, tampoco encarrilaron al país hacia el definitivo despegue económico, y solo se limitaron a calmar las aguas con medidas coyunturales (planes sociales, jubilaciones sin aportes, asignación universal por hijo), sin que por ello disminuyeran ni la pobreza ni la desocupación ni el cierre masivo de comercios e industrias, afectados no solo por la permanencia de una crisis perpetua, sino también por la aplicación de una asfixiante política impositiva. Pero lo que realmente asombra al mundo (y a los que aún mantenemos una gran dosis de sentido común), no es solo la permanencia de esa crisis perpetua, sino la falta de reacción masiva ante este escenario, que se traduce no solamente en la desidia, la apatía y la resignación de los argentinos, sino también (y sobre todo) en el hecho de que sigan buscando la salida por el camino que los ha conducido una y otra vez hacia el precipicio, es decir, el camino de las urnas y de la perversa democracia, donde solo progresan quienes se alimentan directamente de ella, los políticos y sus secuaces, cuyo descaro y corrupción son directamente proporcionales a la increíble e inconcebible tolerancia de los argentinos. El actual y patético ocupante de la Casa Rosada, surgido una vez más de la «voluntad de las urnas», Javier Milei (mi sentido común se resiste a creer que semejante esperpento haya llegado a ser presidente, aunque sé que en democracia el triunfo de la fealdad, la corrupción y la mediocridad es absolutamente posible), ya mostró a los argentinos cuál es el rumbo que prefiere: alinearse con las potencias occidentales, pulverizando la histórica neutralidad del país, involucrándonos en cuestiones geopolíticas que en nada nos benefician. Mientras tanto, las cortinas de humo habituales (por ejemplo, las tomas de universidades), junto con medidas o actos de distracción (por ejemplo, discursear ante la ONU, fingiendo rechazar la agenda 2030, mientras en la práctica se alínea a sus principales promotores), continúan adormeciendo al de por sí resigando pueblo argentino, que observa, impávido, la realidad que lo lacera, creyendo, a pesar de todo, en aquella mentira, viciada de vil demagogia, pronunciada por Raúl Alfonsin: «con la democracia se cura, se come y se educa». Yo agregaría: con la democracia no se come ni se cura ni se educa, se mata. Para los trasnochados, que se rasgan las vestiduras hipócritamente, les recuerdo que desde hace cuatro años, el mismo régimen se encarga de hacerlo mediante los inóculos tóxicos covid; pero no solo eso: durante cuatro décadas continuas, hasta hoy, también mata a millones de argentinos exacerbando la pobreza, el hambre, la desocupación, la demagogia, la politiquería, las injusticias, la perversión a granel (incluso convertida en ley), el saqueo de nuestros recursos, los continuos actos de traición a la patria, la destrucción sistemática de la movilidad social de millones de argentinos, la impunidad garantizada para criminales de cuello blanco, etc, etc, etc.
¿Alguien puede poner en duda que la historia argentina de los últimos cuarenta años constituye, de dicho y de hecho, un estrepitoso fracaso? ¿O es que en realidad se trata de una destrucción planificada, pergeñada por actores situados fuera del país, con la necesaria complicidad de los infames traidores a la patria?